La finalidad de la evaluación
No se trata ahora de verificar resultados finales, sino de ayudar al alumno en su
tarea de estudiar y aprender. Buscamos el éxito del alumno, que es también nuestro
éxito profesional en cuanto docentes, y no el fracaso. Lo mismo que se hace en otros
procesos, no se espera hasta el final para descubrir que los aparatos no funcionan o que
los automóviles no pueden arrancar.
Parece algo muy elemental pero con frecuencia pasa desapercibido que el
producto de nuestra tarea profesional en cuanto docentes es la calidad del aprendizaje
de nuestros alumnos. También puede parecer una obviedad el decir que el fracaso no es
un indicador de éxito, aunque en algunas culturas educacionales un determinado
porcentaje de fracasos se interpreta (y a veces casi se exige) como un indicador de
calidad y de nivel de exigencia.
Sobre el fracaso de muchos o de algunos alumnos como indicador del nivel de
exigencia ha tenido un eco notable el libro de André Antibi (2005) la constante
macabra; esta constante macabra es el porcentaje de suspensos, más o menos fijo, que
muchos o algunos profesores mantienen como necesario e inamovible para mantener su
prestigio de profesores exigentes. Antibi se refiere a la educación pública francesa en
sus niveles primario y secundario, pero éste es un tema que nos invita a todos a una
buena reflexión.
Es claro que los profesores no somos responsables de todo…; hay muchas
variables que no controlamos y el fracaso de muchos alumnos puede tener muchas
causas y concausas que no tienen que ver con nosotros, pero en cualquier caso el fracaso
no es indicador de nada de lo que en principio se pueda presumir y a los profesores nos
toca examinar lo que tiene que ver con nosotros. Volvemos sobre esto al final, al hablar
de la otra cara de la moneda.
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