jueves, 7 de julio de 2016







 La finalidad de la evaluación


No se trata ahora de verificar resultados finales, sino de ayudar al alumno en su tarea de estudiar y aprender. Buscamos el éxito del alumno, que es también nuestro éxito profesional en cuanto docentes, y no el fracaso. Lo mismo que se hace en otros procesos, no se espera hasta el final para descubrir que los aparatos no funcionan o que los automóviles no pueden arrancar. Parece algo muy elemental pero con frecuencia pasa desapercibido que el producto de nuestra tarea profesional en cuanto docentes es la calidad del aprendizaje de nuestros alumnos. También puede parecer una obviedad el decir que el fracaso no es un indicador de éxito, aunque en algunas culturas educacionales un determinado porcentaje de fracasos se interpreta (y a veces casi se exige) como un indicador de calidad y de nivel de exigencia. Sobre el fracaso de muchos o de algunos alumnos como indicador del nivel de exigencia ha tenido un eco notable el libro de André Antibi (2005) la constante macabra; esta constante macabra es el porcentaje de suspensos, más o menos fijo, que muchos o algunos profesores mantienen como necesario e inamovible para mantener su prestigio de profesores exigentes. Antibi se refiere a la educación pública francesa en sus niveles primario y secundario, pero éste es un tema que nos invita a todos a una buena reflexión. Es claro que los profesores no somos responsables de todo…; hay muchas variables que no controlamos y el fracaso de muchos alumnos puede tener muchas causas y concausas que no tienen que ver con nosotros, pero en cualquier caso el fracaso no es indicador de nada de lo que en principio se pueda presumir y a los profesores nos toca examinar lo que tiene que ver con nosotros. Volvemos sobre esto al final, al hablar de la otra cara de la moneda. 
































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